1 Juan 4:7-8
Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el
amor viene de Dios; y todo el que ama ha nacido de Él y lo conoce. El que no
ama no conoce a Dios, porque Dios es amor.
Cada
vez que tengo la oportunidad de hablar acerca del amor, utilizo una canción que
cantaba José José que decía: el amor
acaba. ¡Qué cierta frase! El amor acaba. ¿Cuántas canciones hablan sobre el
desamor? ¿Cuántas novelas? Peor aún, cuántos matrimonios se separan porque “el
amor acaba”. No. No soy un pesimista. Lo que trato de hacer claro cuando cito
esa canción y hablo acerca del “amor” es la enorme diferencia que existe entre
lo que la gente (el mundo) llama amor y lo que realmente es amor. Existen distintas
palabras en el griego para distinguir el amor. La palabra fileo, habla de un
amor fraternal o de amistad. La palabra eros, de un amor pasional o de deseos.
Por último está la palabra agape. Ésta habla de un amor incondicional. Un amor
que no necesita recibir para seguir existiendo. Un amor que no está limitado.
Un amor puro. Esta misma palabra es la que se utiliza para describir a Dios.
Dios es amor. Dios es agape. Por esta razón, la gente piensa que el amor
“acaba”. Porque el amor al que se refieren es fileo o eros. ¡Es el único amor
que conocen! Tristemente tienen razón. Ese amor acaba. Si alguien nos lastima,
el amor fraternal queda herido. Si alguien nos engaña, el amor eros se termina.
¿Cómo hacer que el amor no se termine con algo tan limitado? ¡Imposible! Por
eso Dios nos enseña lo que realmente es amor. Él es amor. Aquél que le conoce,
conoce el amor. Aquél que le conoce puede amar. ¿Y qué conocemos de Dios? Que
nos ama incondicionalmente. Nos ama ilimitadamente. No nos ama esperando que
nosotros hagamos algo. De hecho, no puedes hacer nada para que te Amé
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