Romano. 1. Vv. 18-25.El apóstol empieza a mostrar que toda la humanidad necesita la salvación del evangelio, porque nadie puede obtener el favor de Dios o escapar de su ira por medio de sus propias obras. Porque ningún hombre puede alegar que ha cumplido todas sus obligaciones para con Dios y su prójimo, ni tampoco puede decir verazmente que ha actuado plenamente sobre la base de la luz que se le ha otorgado. La pecaminosidad del hombre es entendida como iniquidad contra las leyes de la primera tabla, e injusticia contra las de la segunda. La causa de esa pecaminosidad es detener con injusticia la verdad. Todos hacen más o menos lo que saben que es malo y omiten lo que saben que es bueno, de modo que nadie se puede permitir alegar ignorancia. El poder invisible de nuestro Creador y la Deidad están tan claramente manifestados en las obras que ha hecho de modo que hasta los idólatras y los gentiles malos se quedan sin excusa. Siguieron neciamente la idolatría y las criaturas racionales cambiaron la adoración del Creador glorioso por animales, reptiles e imágenes sin sentido. Se apartaron de Dios hasta perder todo vestigio de la verdadera religión, si no lo hubiera impedido la revelación del evangelio. Porque los hechos son innegables, cualesquiera sean los pretextos planteados en cuanto a la suficiencia de la razón humana para descubrir la verdad divina y la obligación moral o para gobernar bien la conducta. Estos muestran simplemente que los hombres deshonraron a Dios con las idolatrías y supersticiones más absurdas y que se degradaron a sí mismos con los afectos más viles y las obras más abominables.
Vv. 26-32.La verdad de nuestro Señor se muestra en la depravación horrenda del pagano: “que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz”. La verdad no era del gusto de ellos. Todos sabemos cuán pronto se confabula el hombre contra la prueba más evidente para razonar evitándose creer lo que le disgusta. El hombre no puede ser llevado a una esclavitud más grande que la de ser entregado a sus propias lujurias. Como a los gentiles no les gustó tener a Dios en su conocimiento, cometieron delitos totalmente contrarios a la razón y a su propio bienestar. La naturaleza del hombre, sea pagano o cristiano, aún es la misma; y las acusaciones del apóstol se aplican más o menos al estado y al carácter de los hombres de todas las épocas, hasta que sean llevados a someterse por completo a la fe de Cristo, y sean renovados por el poder divino. Nunca hubo todavía un hombre que no tuviera razón para lamentarse de sus fuertes corrupciones y de su secreto disgusto por la voluntad de Dios. Por tanto, este capítulo es un llamado a examinarse a uno mismo, cuya finalidad debe ser la profunda convicción de pecado y de la necesidad de ser liberado del estado de condenación.
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