Tu profesión forma parte del plan de Dios
“ME ES NECESARIO HACER LAS OBRAS DEL QUE ME ENVIÓ…” (Juan 9:4)
Te sentirás mucho más realizado cuando entiendas que tu profesión es parte fundamental de la voluntad de Dios para tu vida. Jesús predicaba y sanaba, ese era el “trabajo” encomendado por Su Padre. Y así lo debes ver tú. En lugar de considerar la iglesia como un lugar donde te encuentras con Dios los domingos por la mañana, mírala como un lugar donde recibes alimento y fuerzas para llevar contigo la presencia de Dios a tu ámbito profesional. “Y todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).
Resaltemos dos términos:
1) De palabra. Eso tiene que ver con las áreas de la comunicación y la información.
2) De obra. Eso está relacionado con las áreas de la creatividad y la construcción. Hagas lo que hagas, que sea con corazón agradecido, como si el Señor fuera tu jefe —porque lo es—.
Cuando trabajas con esa actitud, cobras nueva vida. Algunos cobran vida cuando tocan un instrumento musical, otros cuando dirigen un equipo, otros al aconsejar a alguien que está dolido, otros cuando analizan una hoja de cálculo. Cuando cada uno hace lo que Dios le encomendó, el mundo en que vivimos se enriquece. Toda dote y habilidad ha sido dada por Dios; hemos sido invitados a vivir en comunión consciente con el Espíritu Santo en nuestra profesión a fin de desarrollar los dones que Él nos ha dado. El trabajo es una expresión de amor. No podemos ser totalmente humanos si no nos dedicamos a algo de valor.
“…HACEDLO TODO EN EL NOMBRE DEL SEÑOR JESÚS…” (Colosenses 3:17)
Según ciertos estudios, los mejores momentos de la vida no los aportan ni el ocio ni el placer. Esos momentos llegan cuando estamos inmersos en una labor importante y compleja en la que usamos nuestras mejores capacidades. Es ahí, cuando estás tan metido de lleno en la actividad, tan concentrado, que el tiempo no cuenta y la tarea no parece requerir duros esfuerzos. Eres consciente del proceso pero sin sentirte cohibido; eres llevado al límite de tus conocimientos y aptitudes pero no estás estresado ni preocupado. Te entregas por completo al cometido y este forma parte de ti. A ese estado le llamamos “corriente”, porque quienes lo viven a veces usan la metáfora de ser arrastrados por algo exterior a ellos.
Se han realizado muchos estudios en los últimos treinta años con cientos de miles de personas para explorar este fenómeno. Si te quedas sentado no lo vas a experimentar. La imagen de la corriente es una analogía de lo que debería ser el “dominio” del que habla la Biblia. En Génesis Dios nos dice que tenemos que “señorear” sobre la tierra, o “ejercer dominio” (véase Génesis 1:26, 28). Solemos pensar que esos términos significan “controlar” o “mandonear”. Pero el verdadero concepto es que tienes que invertir tus capacidades para crear cosas de valor en la tierra, debes plantar, edificar, escribir, organizar, sanar e inventar formas en las que bendecir a los humanos y hacer que florezca el Reino de Dios en la Tierra.
“SI EL SEÑOR NO EDIFICA LA CASA, EN VANO TRABAJAN LOS QUE LA EDIFICAN…” (Salmo 127:1)
Cuando estás demasiado cualificado para realizar una tarea, te aburres. Cuando la tarea es más complicada de lo que eres capaz, te sientes ansioso y frustrado. Pero cuando tus dotes y tu tarea van a la par, entonces estás “en la corriente”. No trabajamos solo por dinero, para que nos reconozcan, nos asciendan o nos aplaudan, ni para conseguir la fama; trabajamos porque nos gusta estar en esa “corriente” que tanto anhelamos. Cuando está presente en el trabajo, algo ocurre en nuestro interior que nos hace conectar con una realidad superior y nos convierte en colaboradores de Dios. Por eso escribió el salmista “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican…” (Salmo 127:1). Esa corriente es la que experimentamos cuando colaboramos con Dios y la que Él también usa para moldearnos.
Bezalel se sentía en esa corriente cuando tallaba la madera; David al tocar el arpa; Sansón al usar sus fuerzas; Pablo cuando escribía sus magníficas cartas, Daniel al dirigir el gobierno y Adán mientras cuidaba del Edén. Si tienes subordinados, uno de los mejores actos espirituales de servicio es preguntarles si se sienten inspirados en su trabajo y ayudarles a vivir mejor dentro de esa corriente. Cuando operas en el flujo del servicio a Dios, cuando lo sientes en tareas que mejoran la vida de los demás, estás trabajando “en el Espíritu”. En ese estado se encontraba Pablo cuando se describió a sí mismo como “…[pobre], pero enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, pero poseyéndolo todo” (2 Corintios 6:10).
“ME ES NECESARIO HACER LAS OBRAS DEL QUE ME ENVIÓ…” (Juan 9:4)
Te sentirás mucho más realizado cuando entiendas que tu profesión es parte fundamental de la voluntad de Dios para tu vida. Jesús predicaba y sanaba, ese era el “trabajo” encomendado por Su Padre. Y así lo debes ver tú. En lugar de considerar la iglesia como un lugar donde te encuentras con Dios los domingos por la mañana, mírala como un lugar donde recibes alimento y fuerzas para llevar contigo la presencia de Dios a tu ámbito profesional. “Y todo lo que hagáis, de palabra o de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él” (Colosenses 3:17).
Resaltemos dos términos:
1) De palabra. Eso tiene que ver con las áreas de la comunicación y la información.
2) De obra. Eso está relacionado con las áreas de la creatividad y la construcción. Hagas lo que hagas, que sea con corazón agradecido, como si el Señor fuera tu jefe —porque lo es—.
Cuando trabajas con esa actitud, cobras nueva vida. Algunos cobran vida cuando tocan un instrumento musical, otros cuando dirigen un equipo, otros al aconsejar a alguien que está dolido, otros cuando analizan una hoja de cálculo. Cuando cada uno hace lo que Dios le encomendó, el mundo en que vivimos se enriquece. Toda dote y habilidad ha sido dada por Dios; hemos sido invitados a vivir en comunión consciente con el Espíritu Santo en nuestra profesión a fin de desarrollar los dones que Él nos ha dado. El trabajo es una expresión de amor. No podemos ser totalmente humanos si no nos dedicamos a algo de valor.
“…HACEDLO TODO EN EL NOMBRE DEL SEÑOR JESÚS…” (Colosenses 3:17)
Según ciertos estudios, los mejores momentos de la vida no los aportan ni el ocio ni el placer. Esos momentos llegan cuando estamos inmersos en una labor importante y compleja en la que usamos nuestras mejores capacidades. Es ahí, cuando estás tan metido de lleno en la actividad, tan concentrado, que el tiempo no cuenta y la tarea no parece requerir duros esfuerzos. Eres consciente del proceso pero sin sentirte cohibido; eres llevado al límite de tus conocimientos y aptitudes pero no estás estresado ni preocupado. Te entregas por completo al cometido y este forma parte de ti. A ese estado le llamamos “corriente”, porque quienes lo viven a veces usan la metáfora de ser arrastrados por algo exterior a ellos.
Se han realizado muchos estudios en los últimos treinta años con cientos de miles de personas para explorar este fenómeno. Si te quedas sentado no lo vas a experimentar. La imagen de la corriente es una analogía de lo que debería ser el “dominio” del que habla la Biblia. En Génesis Dios nos dice que tenemos que “señorear” sobre la tierra, o “ejercer dominio” (véase Génesis 1:26, 28). Solemos pensar que esos términos significan “controlar” o “mandonear”. Pero el verdadero concepto es que tienes que invertir tus capacidades para crear cosas de valor en la tierra, debes plantar, edificar, escribir, organizar, sanar e inventar formas en las que bendecir a los humanos y hacer que florezca el Reino de Dios en la Tierra.
“SI EL SEÑOR NO EDIFICA LA CASA, EN VANO TRABAJAN LOS QUE LA EDIFICAN…” (Salmo 127:1)
Cuando estás demasiado cualificado para realizar una tarea, te aburres. Cuando la tarea es más complicada de lo que eres capaz, te sientes ansioso y frustrado. Pero cuando tus dotes y tu tarea van a la par, entonces estás “en la corriente”. No trabajamos solo por dinero, para que nos reconozcan, nos asciendan o nos aplaudan, ni para conseguir la fama; trabajamos porque nos gusta estar en esa “corriente” que tanto anhelamos. Cuando está presente en el trabajo, algo ocurre en nuestro interior que nos hace conectar con una realidad superior y nos convierte en colaboradores de Dios. Por eso escribió el salmista “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican…” (Salmo 127:1). Esa corriente es la que experimentamos cuando colaboramos con Dios y la que Él también usa para moldearnos.
Bezalel se sentía en esa corriente cuando tallaba la madera; David al tocar el arpa; Sansón al usar sus fuerzas; Pablo cuando escribía sus magníficas cartas, Daniel al dirigir el gobierno y Adán mientras cuidaba del Edén. Si tienes subordinados, uno de los mejores actos espirituales de servicio es preguntarles si se sienten inspirados en su trabajo y ayudarles a vivir mejor dentro de esa corriente. Cuando operas en el flujo del servicio a Dios, cuando lo sientes en tareas que mejoran la vida de los demás, estás trabajando “en el Espíritu”. En ese estado se encontraba Pablo cuando se describió a sí mismo como “…[pobre], pero enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, pero poseyéndolo todo” (2 Corintios 6:10).
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