Nuestra justicia
Efesios 2.1-10
Cualquiera que piense de sí mismo como una persona muy buena, debe analizar cómo evalúa Dios a la humanidad. Él dice que todos venimos al Él muertos espiritualmente y gobernados por Satanás y nuestra naturaleza pecaminosa. A los ojos del Señor, somos hijos de ira que solamente merecemos castigo.
Por otra parte, Dios es tan puro y santo que está totalmente separado de todo pecado, y no puede mirarlo con favor o aprobación (Hab 1.13). Todo lo que Dios hace es correcto y favorable; en comparación, incluso las acciones justas de los hombres, son como trapos de inmundicia (Is 64.6). Sin embargo, a pesar de que no tenemos nada de valor que ofrecerle, el Señor nos quiere como su propiedad, y ha hecho todo lo necesario para que nos acerquemos a Él.
Quienes pusimos nuestra fe en Jesucristo, hemos sido vivificados espiritualmente en Él, y todos nuestros pecados han sido perdonados. Hay un dramático contraste entre lo que éramos antes, y lo que somos ahora en el Señor. Pero este cambio no tiene nada que ver con lo bueno que hemos sido. Incluso, la fe con la que respondemos al Salvador, nos la da Dios. Nunca podremos hacernos justos a nosotros mismos; todo es un regalo de Dios. Y una vez que Él nos declara justificados, nunca más seremos declarados culpables.
Dios ha dicho que en los siglos venideros, Él quiere mostrar las “abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros” (Ef 2.7). Por toda la eternidad se derramará sobre nosotros esta impresionante demostración de su amor que no se compara con nada de lo que conocemos en este mundo.
Efesios 2.1-10
Cualquiera que piense de sí mismo como una persona muy buena, debe analizar cómo evalúa Dios a la humanidad. Él dice que todos venimos al Él muertos espiritualmente y gobernados por Satanás y nuestra naturaleza pecaminosa. A los ojos del Señor, somos hijos de ira que solamente merecemos castigo.
Por otra parte, Dios es tan puro y santo que está totalmente separado de todo pecado, y no puede mirarlo con favor o aprobación (Hab 1.13). Todo lo que Dios hace es correcto y favorable; en comparación, incluso las acciones justas de los hombres, son como trapos de inmundicia (Is 64.6). Sin embargo, a pesar de que no tenemos nada de valor que ofrecerle, el Señor nos quiere como su propiedad, y ha hecho todo lo necesario para que nos acerquemos a Él.
Quienes pusimos nuestra fe en Jesucristo, hemos sido vivificados espiritualmente en Él, y todos nuestros pecados han sido perdonados. Hay un dramático contraste entre lo que éramos antes, y lo que somos ahora en el Señor. Pero este cambio no tiene nada que ver con lo bueno que hemos sido. Incluso, la fe con la que respondemos al Salvador, nos la da Dios. Nunca podremos hacernos justos a nosotros mismos; todo es un regalo de Dios. Y una vez que Él nos declara justificados, nunca más seremos declarados culpables.
Dios ha dicho que en los siglos venideros, Él quiere mostrar las “abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros” (Ef 2.7). Por toda la eternidad se derramará sobre nosotros esta impresionante demostración de su amor que no se compara con nada de lo que conocemos en este mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario