EFESIOS 6.10, 11
Satanás busca lugares en la vida del creyente donde pueda levantar una fortaleza. Una vez que la levanta, sabe que la persona justificará, defenderá y seguirá añadiendo ladrillos a esa fortaleza con un pecado a la vez. El atractivo puede ser tan fuerte que nos hace volver al pecado habitual, incluso después de haberlo reconocido delante de Dios. Satanás susurra: "Una vez más no te hará ningún daño", y caemos de nuevo en la tentación.
Al igual que en la época medieval, cuando los ejércitos peleaban desde fortalezas en las alturas rocosas, un baluarte de pecado es por lo general el terreno para un combate. Podríamos esperar que la lucha fuera básicamente entre Dios y Satanás, pero no es así. Es, más bien, una lucha que se da en nuestro espíritu: ¿Queremos que Dios destruya o no nuestro hábito?
Dejar el pecado habitual es difícil. El pecador genera satisfacción y placer al practicarlo. Pero pisándole los talones a estas emociones están el sentimiento de culpa, la vergüenza y la desesperación, que llevan a la persona a pedir ayuda. Pero Dios no limpiará la maldad hasta que la persona se arrepienta de verdad. El verdadero arrepentimiento significa que el creyente ve la iniquidad del pecado y le da la espalda. Debemos hacer esto siempre que sea necesario —una vez, cien veces, o todos los días por el resto de nuestras vidas.
El solo pensar en renunciar a un hábito pecaminoso lleva a algunas personas al borde de la desesperación. Quieren verse libres de esa fortaleza, pero la idea de resistir la tentación hace que se sientan débiles. Le tengo una buena noticia: el poder del Espíritu Santo es suficiente para impartir poder al creyente para darle la espalda al pecado. Y eso lo incluye a usted. El poder del Espíritu Santo es suficiente para impartir poder al creyente para darle la espalda al pecado.
Satanás busca lugares en la vida del creyente donde pueda levantar una fortaleza. Una vez que la levanta, sabe que la persona justificará, defenderá y seguirá añadiendo ladrillos a esa fortaleza con un pecado a la vez. El atractivo puede ser tan fuerte que nos hace volver al pecado habitual, incluso después de haberlo reconocido delante de Dios. Satanás susurra: "Una vez más no te hará ningún daño", y caemos de nuevo en la tentación.
Al igual que en la época medieval, cuando los ejércitos peleaban desde fortalezas en las alturas rocosas, un baluarte de pecado es por lo general el terreno para un combate. Podríamos esperar que la lucha fuera básicamente entre Dios y Satanás, pero no es así. Es, más bien, una lucha que se da en nuestro espíritu: ¿Queremos que Dios destruya o no nuestro hábito?
Dejar el pecado habitual es difícil. El pecador genera satisfacción y placer al practicarlo. Pero pisándole los talones a estas emociones están el sentimiento de culpa, la vergüenza y la desesperación, que llevan a la persona a pedir ayuda. Pero Dios no limpiará la maldad hasta que la persona se arrepienta de verdad. El verdadero arrepentimiento significa que el creyente ve la iniquidad del pecado y le da la espalda. Debemos hacer esto siempre que sea necesario —una vez, cien veces, o todos los días por el resto de nuestras vidas.
El solo pensar en renunciar a un hábito pecaminoso lleva a algunas personas al borde de la desesperación. Quieren verse libres de esa fortaleza, pero la idea de resistir la tentación hace que se sientan débiles. Le tengo una buena noticia: el poder del Espíritu Santo es suficiente para impartir poder al creyente para darle la espalda al pecado. Y eso lo incluye a usted. El poder del Espíritu Santo es suficiente para impartir poder al creyente para darle la espalda al pecado.
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