Vida a mi espíritu
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que
somos hijos de Dios.”, Romanos 8:16
“Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en
vuestros delitos y pecados.”, Efesios 2:1
Lo primero que debemos saber, es que todos nosotros estábamos
muertos espiritualmente, heredamos la muerte espiritual de Adán, y por este
hecho vivíamos en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne
y de los pensamientos, siguiendo la corriente de este mundo guiados por el
maligno. (Efesios 2:1-4)
Heredamos una naturaleza caída, que se expresa en:
Pensamientos oscurecidos: No distinguimos entre el bien y el
mal, o fijamos nuestro concepto de bien y mal, justificamos el pecado con
argumentos aparentemente lógicos, e interpretamos mal las escrituras. (Mateo
22:29, Efesios 4:18, 1 Corintios 2:14)
Deseos desordenados o concupiscencia. (Efesios 2:3, Santiago
1:14-15)
Emociones distorsionadas: (Proverbios 29:11)
Cuando recibimos a Cristo, esta naturaleza caída convive con
la nueva naturaleza que nos ha sido dada por gracia por medio de la fe; la vida
misma de Cristo en nosotros; en 1 Pedro 2:11 entendemos esta perspectiva y
también encontramos dónde está el lugar de batalla cuando dice: “Amados, yo os
ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales
que batallan contra el alma”.
Así mismo, en Romanos 7:19-25 explica esta lucha interna con
“la ley del pecado que mora en mí”, pero al igual que Pablo, los que hemos
creído, estamos en Cristo. Entonces, ¿Cómo se explica este hecho?
Somos espíritu, alma y cuerpo; cuando Cristo vino a morar en
mí, se hizo uno conmigo; uno con mi espíritu, sellándome con su Santo Espíritu.
(1 Tesalonicenses 5:23, 1 Corintios 6:17)
En el espíritu, la realidad de la obra completa está
terminada, y estamos completos, por lo tanto se cumple el “consumado es –
pagado es” que Cristo determinó en la cruz.
Pero, necesitamos que aquello que fue consumado o completo,
se le notifique al alma, para traerlo al ámbito natural en que nos movemos y
que la vida que impere sea la vida de Cristo.
La realidad espiritual es eterna, no puede ser modificada,
necesitamos verla, conocerla por revelación. Si el lugar de batalla es nuestra
alma, nuestros pensamientos, emociones y voluntad, deben ahora obedecer o estar
sujetos al espíritu en comunión con el Espíritu de Cristo en nosotros. ¿A qué
naturaleza respondemos? Oración.
«Padre, me diste nueva vida, cuando estaba muerto,
desconectado de la realidad eterna; ahora en Cristo, tengo esa unión eterna en
mi espíritu, donde recibo esa revelación y esa paz indecible que guarda mis
pensamientos y mi alma en Cristo Jesús, para entender y hacer tu voluntad.
Amén.
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